Los magiares mágicos: la selección de Hungría que dominó el fútbol

Justo después del célebre ‘Maracanazo’ surgió una selección que dominó el fútbol mundial a su antojo. Durante buena parte de la década de los 50, la mejor selección, y con diferencia, fue la de Hungría. Sus exhibiones fueron de tal calibre que, aunque no ganó ningún Mundial, se le sigue recordando como uno de los grandes combinados de todos los tiempos.

En los años 20 y 30 del siglo XX, el fútbol húngaro tenía fama y era muy respetado. De hecho, fue finalista en la Copa del Mundo de 1938. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) provocó un vacío que cada territorio superó a un modo y ritmo diferentes. Fue especialmente duro para Hungría, en la vida en general y en el fútbol. Pero en este último apartado todo cambió de golpe con la llegada de la década de los 50.

Su fútbol fue rompedor, tremendamente innovador. Experimentaron un nuevo sistema, el 4-2-4, que combinaban con el 3-2-5 habitual de la época. Sus apoyos eran cortos, hacían circular el balón a una velocidad y precisión desconocida e inigualable en aquellos tiempos, los futbolistas intercambiaban posiciones con frecuencia… Para muchos entendidos, aquella Hungría fue la precursora del fútbol total que practicaría la Holanda de Johan Cruyff 20 años después.

El once de gala de Hungría.
El once de gala de Hungría.

En seis años, desde 1950 hasta 1956, la selección de Hungría disputó 52 partidos internacionales y sólo perdió uno (terriblemente doloroso eso sí). Por todo ello, recibieron varios sobrenombres, como ‘Los magiares poderosos’, ‘El equipo de oro’ o ‘los magiares poderosos’. Su máxima estrella era Ferenc Puskas, pero estaba rodeado de una pléyade de figuras: Zoltan Czibor, Sandor Kocsis, Jozsef Bozsik, Nandor Hidegkuti… El entrenador, el que convirtió a estos futbolistas en una maquinaria casi imparable, era Gustav Sebes.

Su primera gran demostración llegó en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952. Sufrieron con Rumanía (2-1) en su estreno, pero después pasaron por encima de Italia (3-0), Turquía (7-1) y Suecia en semifinales (6-0). En la final ante Yugoslavia les pudo un tanto la presión del momento, pero acabaron llevándose el oro (2-0).

En 1953 volvieron a ser noticia por ser la primera selección no británica que ganó a Inglaterra en Wembley. Ganaron 3-6, un resultado que dejó muy tocados y heridos en su orgullo a los inventores del fútbol. Los ingleses quisieron devolver la afrenta recibida, en Budapest. Pero Hungría los sometió a otra humillación mayor (7-1). Con semejantes números, no era de extrañar que partieron como casi únicos favoritos al título de la Copa del Mundo de 1954.

‘El milagro de Berna’

El Mundial de fútbol de fútbol de 1954 se celebró en Suiza. El inicio del campeonato no hizo sino confirmar los pronósticos que apuntaban al título de Hungría: Pasó a cuartos de final después de golear a Corea del Sur (9-0) y Alemania Federal (8-3). En esta ronda se enfrentaron a Brasil. Fue un partido muy duro y muy violento, tanto que pasaría a la posteridad como la «Batalla de Berna». Brasil decidió apostar por el juego duro para intentar equilibrar la contienda. El choque acabó con victoria húngara (4-2). Hubo tres expulsados (dos brasileños y un húngaro), y varias peleas en el césped, además de infinidad de patadas y entradas bruscas. Cuentan las crónicas que los enfrentamientos continuaron en los vestuarios.

La semifinal contra Uruguay no tuvo nada que ver. De hecho, fue un auténtico partidazo. Hungría empezó avasallando a los defensores del título (2-0), pero los uruguayos se rehicieron y forzarón la prórroga. En el tiempo extra, los húngaros impusieron su pegada y calidad a la aguerrida y férrea defensa sudamericana. 4-2 fue el marcador final.

Alemania Federal esperaba en la final a los húngaros. Nadie dudaba que los magiares eran favoritos, y más tras el 8-3 de la primera fase. Hungría empezó el partido como solía hacerlo, saliendo en tromba. Tanto que a los 8 minutos ya ganaba 2-0. Pero los alemanes tiraron de su célebre orgullo y tesón. Mediada la primera parte ya habían empatado el partido. A partir de allí, los pupilos de Sebes dominaron el resto del partido y gozaron de numerosas ocasiones para adelantarse nuevamente. Si ya parecía un milagro que Alemania resistiera, más aún lo fue que marcara el 2-3 en un contragolpe. Era el minuto 84. Nadie en el estadio Wankdorf de Berna daba crédito a lo que estaba pasando. Para añadirle más dramatismo, a Puskas le anularon un gol por fuera de juego en el minuto 88. No era el día de Hungría.

Puskas (izquierda) era la gran estrella del equipo.
Puskas (izquierda) era la gran estrella del equipo.

Esa fue la primera derrota húngara después de 32 partidos invicta (récord absoluto durante casi 50 años y que sólo Brasil y España han logrado superar). La trascendencia de ese partido fue tal que se llegó a comparar con el ‘Maracanazo’ sucedido cuatro años antes. Es más, esa final es conocida por muchos como ‘El milagro de Berna‘. Para Alemania, ese duelo supuso su consagración definitiva como potencia mundial del fútbol.

La revolución húngara disolvió el equipo

El golpe del Mundial de 1954 fue duro, pero lo superaron rápido. Era de esperar viendo lo buenos que eran. Durante los dos años siguientes, los Puskas, Kocsis y compañía siguieron jugando excelentes partidos y cosechando triunfos sonados, como el logrado ante la URSS en territorio soviético. Iban a acudir a los Juegos de Melbourne 1956 a intentar revalidar su oro olímpico. Y la opinión pública consideraba que en la siguiente Copa del Mundo, en Suecia 1958, la suerte ya no les esquivaría… Pero no llegarían más títulos. En este caso la culpa la tuvo un acontecimiento extradeportivo de primera magnitud.

En octubre del año 1956, el pueblo húngaro empezó a demandar reformas en el sistema comunista. Pidió más libertad. Hubo una gran cantidad de manifestaciones. Para la URSS, que controlaba férreamente a los países de su influencia, eso fue intolerable y respondió invadiendo Hungría a principios de noviembre. Las tropas soviéticas entraron en Budapest y sofocaron con dureza y sin miramientos las protestas. Al margen de las consecuencias sociales de esta represión, futbolísticamente supuso el fin de la mejor selección que ha tenido Hungría en su historia.

En aquellos días, el Honved Budapest, equipo donde jugaban la mayor parte de los integrantes de la selección, se encontraba en Bilbao para jugar un partido de Copa de Europa. La nueva situación de su país, con las tropas soviéticas en las calles, hizo que muchos no quisieran regresar. Su calidad era tan grande que fueron estrellas en los clubes en los que recalaron. Por ejemplo, Puskas fue fundamental en el Real Madrid de las cinco Copas de Europa. Y Kocsis y Czibor hicieron diabluras en el FC Barcelona.

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